CapÃtulo VIII. Del buen suceso que el valeroso Lord Stannis tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura del bosque de Arcianos.
En esto, descubrieron un bosque de arcianos que hay en aquel campo; y, asà como Lord Stannis los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allÃ, amigo Davos, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados Otros, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
— ¿Qué Otros? —dijo Davos Seaworth .
—Aquellos que allà ves —respondió su amo— de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Davos— que aquellos que allà se parecen no son Los Otros, sino un pequeño bosque de Arcianos, y lo que en ellos parecen brazos son las ramas movidas por el viento.
—Bien parece —respondió Lord Stannis— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son Los Otros; y si tienes miedo, quÃtate de ahÃ, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Davos le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran Arcianos, y no Los Otros, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran Los Otros, que ni oÃa las voces de su escudero Davos ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento y las grandes ramas comenzaron a moverse, lo cual visto por Lord Stannis, dijo:
—Pues, aunque mováis más brazos que los del rey mas alla del Muro, me lo habéis de pagar.
Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora esposa, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero Arciano que estaba delante; y, dándole una lanzada en la rama, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sà al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Davos Seaworth a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podÃa menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
—¡Válame Dios! —dijo Davos—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacÃa, que no eran sino Arcianos, y no lo podÃa ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Davos —respondió Lord Stannis—, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es asà verdad, que aquella bruja Melisandre que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos Otros en Arcianos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
—Dios lo haga como puede —respondió Davos Seaworth .